El soldado llegó al palacio antes de que anocheciese. Entró y encontró huesos y cadáveres por todas partes. Múltiples soldados habían muerto en aquel lugar. No se dejó impresionar por lo que vio y entró decidido.
Fue hasta una gran sala y se instaló allí. Se sentó a la mesa y sacó su baraja de cartas. Estaba anocheciendo y las sombras parecían más amenazadoras. Escuchó ruidos provenientes de algún lugar del palacio. Alguien o algo se acercaba entre risas diabólicas y gritos sobrehumanos.
Dos enormes demonios aparecieron en la sala. Su aspecto era verdaderamente aterrador. Sus ojos rojos miraban al soldado con sorpresa. Lucían dos enormes cuernos en la cabeza y aunque caminaban a dos patas, podían hacerlo a cuatro si lo deseaban. Uno de ellos sonrió y enseñó sus colmillos afilados y sangrientos.
"Soldado, ¿que haces aquí? ¿A caso quieres jugar a los naipes con nosotros?" Los dos demonios rieron a carcajadas. "A lo mejor desea ser devorado", apuntó el otro.
"Podría jugar con vosotros a las cartas, pero con una condición. Hemos de jugar con mi baraja, no tengo fe en la de ustedes". "Si ganamos, te devoraremos, si perdemos, te entregaremos todo nuestro oro y este palacio". Todos estuvieron de acuerdo con las condiciones y comenzaron a jugar.
Jugaron a un juego y el soldado ganó; la segunda vez ocurrió lo mismo. A pesar de todas las astucias y triquiñuelas de los demonios, siempre perdían. El soldado acumulaba el oro ganado y los demonios gritaban enfurecidos cada vez que perdían. Improvisaban trampas, tiraban cartas al suelo e intimidaban al soldado con su mirada, pero a pesar de todo, perdían.
"¡Maldito seas, soldado!" Gritó uno de ellos. A los demonios no les gustaba perder y su paciencia había sobrepasado su límite.
El soldado miraba los cofres de oro que había conseguido. "¡Vamos a despedazarte! ¡Nadie nos gana a las cartas!" Estaban tan enfurecidos que no pensaban dejar un solo hueso del soldado intacto.
El soldado se subió a la mesa para evitar ser devorado. Los demonios proclamaban improperios al soldado, que luchaba por sobrevivir.
Sacó su saco y les preguntó que es lo que veían. "Un saco, humano necio. ¡Eso no te librará de la muerte!" Le gritó uno de ellos. "¡Efectivamente, es un saco! ¡Os ordeno que os metáis dentro!" Tras pronunciar esas palabras, los demonios entraron al saco inmediatamente.
"¡Ahhhh, no entiendo nada!" Exclamaban aturdidos.
El soldado agarró el sacó y lo sacó al exterior. Con una vara empezó a golpear el saco y los demonios gritaban doloridos y asustados. "¡No, por favor, déjanos libres!¡Prometemos marcharnos muy lejos, jamás entrar en ese palacio y nunca más molestarte!" Suplicaban temerosos de pasar el resto de la eternidad ahí dentro.
El soldado los liberó pero agarró a uno de ellos y le arrancó un cuerno."Te libero, pero este cuerno será mío. Vete, pero cuando te necesite has de venir en mi ayuda y será entonces cuando te devolveré el cuerno". El demonio, muy asustado, aceptó y se marchó junto a su compañero.
Los Reyes no daban crédito a lo ocurrido. Lo recibieron con honores y lo alabaron por su hazaña. Lo dejaron vivir en el palacio con todas las comodidades y la abundancia que un hombre podría soñar. El soldado empezó a gozar de la vida. La gente le hacía reverencias respetuosas cuando lo veían. Era un héroe para todo el mundo.
Conoció a una bella mujer y quiso casarse con ella. Le propuso matrimonio y ella aceptó. Era bella y dulce y su amor era verdadero.
Vivir en el palacio, con todas aquellas comodidades y casado con aquella preciosa dama, era un sueño hecho realidad.
Al año de su matrimonio, su mujer quedó encinta y tuvieron una niña. El soldado ya tenía una familia y no podía ser más feliz. Aquella niña crecía feliz y sana con el cariño de sus padres.
Siete años después, la niña enfermó y nadie lograba curarla. El soldado había llamado a los mejores médicos y curanderos de la región, pero ninguno hallaba una cura para su hija. Se sentía impotente, atado de pies y manos.
Entonces se acordó del diablo sin cuerno. Fue en busca del cuerno, pues lo había escondido en buen recaudo durante todos esos años y llamó al demonio.
"¿Demonio?" Preguntó al aire. El demonio no tardó en aparecer ante su presencia. "¡Sigues vivo!" Exclamó aliviado. "Así es, mi señor. ¿En que puedo ayudarle?" Le preguntó servicial.
"Se ha puesto enferma mi hija y no sé como curarla. Quizás tu sepas hacerlo." Le explicó esperanzado. "Así es, pero debes devolverme el cuerno". El soldado no lo dudó ni un momento y se lo devolvió.
El demonio sacó una copa con agua y se la entregó al soldado. "¿Una copa? No entiendo nada, demonio".
Le pidió que se acercase a la cama en la que su hija estaba tumbada. "Mira a través de la copa, ¿que es lo que ves?" El soldado dio un respingo asustado. "Veo a la muerte", contestó.
"¿Dónde se halla?" Le preguntó. Este respondió que a los pies de la cama de su hija. "Está bien. Si está en los pies de la cama, es que se curará. Si hubiese estado en el cabezal, habría muerto sin remedio. Ahora rocía a tu hija con el agua", le ordenó.
Su hija se levantó al momento. Su fiebre había desaparecido y estaba totalmente recuperada. Su mujer saltó de alegría al ver a su hija sana. El soldado abrazó a la niña llorando. Su hija se había salvado. Cuando se quiso dar cuenta, el demonio había huido. Temía que le arrancase de nuevo el cuerno o que le ordenara entrar en el saco otra vez. Se marchó a toda prisa con la intención de no volver a ver nunca más al soldado.
Desde aquel día se hizo curandero con la ayuda de la copa. Se dedicaba a curar a todo aquel que precisase de su ayuda. Salvó muchas vidas inocentes. La gente lo respetaba todavía más y lo consideraban un hombre bendecido por la mano de Dios.
Muchos querían pagar su servicios, felices al ver a sus familiares totalmente recuperados, pero nunca aceptó ni una sola moneda. Le gustaba ayudar a la gente y sentirse querido.
Así transcurrieron algunos años hasta que el Rey enfermó. La Reina hizo llamar al soldado para que lo curase. El soldado trajo consigo la copa con agua y la colocó en la cabecera del lecho. Descubrió con horror que la muerte estaba, como un centinela, en la cabecera de la cama. Le comunicó a la Reina que no podía hacer nada por el Rey. Se enfadó con el soldado, pues había salvado la vida de pobres y granjeros y era incapaz de salvar la vida del mismísimo Rey. "¿A caso es el Rey de peor casta o indigno de tu favor?" Aquellas palabras afectaron mucho al soldado, pues apreciaba al Rey y se sentía muy agradecido por su generosidad.
Miró a través de la copa a la muerte y le habló. "Muerte, dale al Rey la vida y toma la mía. Es un hombre bueno y su pueblo lo necesita". Tras estas palabras, vio como la muerte asentía y se colocaba a los pies de la cama. Roció al Rey con el agua y este se recuperó.
"Muerte, dame tres horas de plazo. Necesito despedirme de mi mujer y mi hija". La muerte asintió y el soldado corrió a su casa, en busca de su mujer y su hija.
Continuará...
¡Qué bonita historia! Tengo que confesrte que conocía muchas de ellas y, por momentos, me parecía estar leyendo una compilación de leyendas y cuentos gallegos porque estos cuentos me los he encontrado en las antologías que me compro allí y que tan entusiasdmadamente me he leído. El de la copa lo conocía, pero aquí tiene otro final. Como intuía, en el saco acaban dentro los demonios y también acaba venciéndolos a todos en el castillo. Me gustan mucho estos temas, por lo que me he leído con mucha intriga este capítulo. Lo he devorado. Me encantan las leyendas, los cuentos, y no me esperaba para nada que estos cuentos que tanto me gustan los incluirías en la historia de Samaín de este año. ¡Muchas gracias! Por lo que me has comentado, te has inspirado en cuentos y leyendas eslavos, pero también hay orígenes celtas en estos cuentos. Me gustan mucho. ¡Estoy deseando saber cómo continúa! He pensado que a lo mejor en el siguiente capítulo incluyes la historia de lo imposible que es eludir la muerte, pero no me quiero adelantar a los acontecimientos.
ResponderEliminar¡Muchas gracias por hacernos pasar estos ratos tan bonitos y agradables! Estas historias siempre me parecen muy especiales.
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