Calabazo: Si os soy sincero, me encanta la decoración de la cueva de la sirena. Cadáveres y huesos por todas partes, ¡tiene un gusto muy parecido al mío! Espero que algún día me invite a cenar a su cueva. Bueno, no quiero distraeros con mis pensamientos. Os tengo que seguir contando lo que ocurrió con el pescador y su novia.
Calabazo: Martina yacía en el frío suelo de esa cueva junto a muchos cadáveres. Antón estaba sentado junto a Brisa, que en esos momentos había recuperado su aspecto más amable. Estaba muy feliz. Había conseguido hacerse con él y ahora no tenía escapatoria. Sería suyo para siempre. Eso es quizás lo que menos me gusta de ella, lo posesiva que puede llegar a ser.
Antón se puso en pie, mirando todos los cadáveres esparcidos en la cueva. Estaba deseando averiguar si Martina seguía con vida, pero tenía que esperar el momento adecuado. Primero debía ocuparse de la sirena. Descubrió el cuerpo de Alejandro junto a unos esqueletos. Respiraba, así que supuso que estaría inconsciente. Un poco alejada pudo ver a una mujer. Estaba aterrada y era incapaz de dar un paso.
Brisa se puso en pie con facilidad. Eso sorprendió a Antón, que no sabía que tenía tanto equilibrio sobre tierra. En ese momento, la sirena dijo algo, pero Antón no logró entenderla. Su idioma era totalmente incomprensible para el hombre. Abrazó a Antón y le besó en el cuello.
Antón no pudo aguantar más y sacó un cuchillo de su chaqueta. Brisa intentó defenderse pero fue incapaz de esquivarlo.
Sus ojos se humedecieron y cayó al suelo. Antón la miró unos instantes, por si se levantaba. Brisa ya no se movía, así que se relajó un poco.
Antón: A ver si te enteras, monstruo. ¡Tengo novia!
Corrió hacia Martina y le tomó el pulso.
Antón: ¡Está viva!
La abrazó e intentó reanimarla. Poco a poco, Martina recuperó la conciencia.
Martina: Antón...
Antón: Tranquila, estás a salvo.
Martina: ¿Dónde estoy?
Antón: En la guarida de la sirena. Pensé que te había perdido para siempre.
Martina: ¿Dónde está Brisa?
Antón: He acabado con ella. Vamos, debemos salir de aquí cuanto antes. No sabemos si hay más sirenas.
Antón fue hasta la mujer que estaba sentada al fondo. Ella reaccionó muy mal cuando se acercó. Estaba muy asustada y traumatizada.
Mujer: ¡No deberías haber hecho eso! ¡Ella volverá y nos matará a todos!
Antón: Está muerta, debe mantener la calma. Queremos sacarla de aquí.
Mujer: Ella no nos dejará...
Martina: No tengas miedo, te ayudaremos.
Martina despertó a Alejandro. Estaba algo aturdido, pero totalmente ileso.
Alejandro: No he pasado más miedo en mi vida. ¿Cómo la habéis matado?
Martina: Ha sido Antón.
Antón: Ya os lo contaré, ahora debemos marcharnos de aquí.
Martina: Este lugar es horrible.
Ataron a ambas mujeres a la cuerda. Alejandro no se había dado cuenta hasta ese momento. Aquella desconocida era la mujer de su gran amigo Francisco. Siempre llevaba consigo una destartalada fotografía de ella y por eso la reconoció.
Alejandro: ¿Eres Claudia?
Claudia: ¿Cómo sabes mi nombre?
Alejandro: Conozco a tu esposo. Te está buscando.
Claudia: ¿Francisco está vivo?
Alejandro: Sí. Él te daba ya por muerta.
Martina: ¿Ahora subiréis vosotros?
Antón: Primero iréis vosotras. Al tirar de la cuerda, Francisco os ayudará a subir.
En ese momento, Brisa se lanzó por sorpresa sobre Antón. Estaba malherida, pero seguía siendo fuerte.
Martina: ¡Antón, cuidado!
Alejandro: ¡Sigue viva!
Alejandro fue hasta ella y le agarró del pelo. Tiró de ella hasta que soltó a Antón. Eso la enfureció de sobremanera, así que abrió su boca y clavó sus colmillos sobre su cabeza. Alejandro gritó de dolor pero eso no impidió que ella le diese un segundo bocado seguido de muchos más.
Brisa se comía su cabeza con facilidad y saboreando cada bocado. Todos gritaron aterrados sin saber muy bien lo que hacer.
Antón: ¡Maldito monstruo!
Intentó ayudar a Alejandro, aunque ya era demasiado tarde para él. Era imposible sobrevivir a semejantes heridas. Soltó el cuerpo sin vida de Alejandro y agarró a Antón por el cuello. Lo tiró contra el suelo y le besó el cuello. Seguidamente, le mordió con ferocidad. Tragaba su sangre deleitándose con su sabor. Estaba en éxtasis. Antón no conseguía librarse de ella y gritó a Martina y Claudia que huyeran de allí.
Antón: ¡Marchaos!
Martina vio el cuchillo en el suelo y no lo dudó un instante. Lo agarró y apuñaló a Brisa por la espalda. Estaba tan extasiada que no pudo defenderse.
Martina: ¡Muere de una vez!
Brisa se arrastró, intentando volver al agua, pero no lo consiguió. Se tumbó sobre unos huesos y se relamió los labios. El sabor de la sangre de Antón le calmaba. Era como una droga que la atontaba. Miró por última vez a Antón y sonrió. La herida que le había provocado era mortal y sabía que no tenía salvación. Cerró los ojos y murió feliz.
Martina fue hasta Antón, que se estaba desangrando en el suelo.
Martina: ¡Antón! Tranquilo, te pondrás bien.
Antón: Amor, no voy a salir vivo de esta.
Martina: ¡Tonterías! Te vas a recuperar, ya lo verás.
Martina no quería reconocer la realidad. Intentó taponar las heridas con sus manos, pero la sangre salía a borbotones.
Antón: Te amo. Debes salir de aquí y vivir.
Martina: ¡No quiero!
Antón: Hazlo por mi, Martina. Este lugar es peligroso y no sabemos si hay más sirenas. Lo siento, amor mío.
Martina: Yo quiero estar para siempre contigo, no puedo dejarte.
Antón: Debes ser valiente...te amo.
Antón murió y Martina se puso a llorar. No podía creerlo y ni mucho menos aceptarlo.
Martina: ¡Nooooo!
Claudia la abrazó para consolarla. Luego la agarró para sacarla de allí. Martina se resistía, empeñada en quedarse junto al cuerpo de su novio.
Claudia: ¡Está muerto! Debemos salir de aquí cuanto antes. Lo siento, pero ya no puedes hacer nada por él.
Cuando Francisco vio la cuerda tensarse, se le encogió el corazón. No sabía si quién tiraba era Antón, Alejandro, la novia de Antón o la propia sirena. Se preparó para cualquier cosa.
Vio salir a dos personas del agua. Tiró de la cuerda para atraerlas a la lancha. Reconoció a Martina pero no sabía identificar a su propia mujer.
Francisco: ¡Ya queda poco! ¡Aguantad!
Las ayudó a subir a la lancha. Ambas estaban agotadas y heladas. El agua estaba muy fría.
Francisco: Ya estáis a salvo.
Claudia: ¿Francisco?
Francisco: No puede ser...¡Claudia!
Aquello le parecía un sueño imposible. Su esposa estaba viva. Las lágrimas de alegría inundaron sus ojos y empezaron a abrazarse y besarse muy emocionados.
Martina sin embargo, lloraba por su pérdida. Miraba al agua con la esperanza de verle salir, malherido pero vivo. Sabía que aquello nunca ocurriría y la desesperación se apoderó de ella.
Martina: ¡Antón!
De pronto, vio algo moverse en el agua. Estuvo a punto de saltar de alegría pero para su desgracia, solamente se trataba de un pez. Sus lágrimas caían al agua mientras lloraba desconsoladamente.
Francisco: Siento lo de tu novio. Era un hombre muy valiente. Debes estar orgullosa de él.
Claudia: Nos salvó la vida.
Martina: Pero nunca volveré a verle...
Francisco: Dio su vida por ti. Eso debe servirte para seguir luchando y que su muerte no haya sido en vano.
Regresaron a puerto y se alejaron del mar durante unos días. Martina se encerró en su cuarto, llorando día y noche. Todo el mundo atribuyó lo ocurrido a un terrible naufragio. Para las autoridades, Antón murió ahogado y Martina sufrió alucinaciones. Tras varios días en casa, decidió salir. Necesitaba ir al mar. Quería sentirse cerca de Antón.
Se sentó en el embarcadero, lejos de cualquier otra persona. Quería estar sola. Se le pasaba por la cabeza volver a esa cueva y buscar el cuerpo de Antón, pero no sabría encontrarla. Esos días había hablado solamente con Francisco, que la llamó preocupado. Por lo visto, ellos ya no querían saber nada más sobre las sirenas y deseaban pasar página. Le aconsejaron que hiciese lo mismo, pero para Martina era totalmente imposible. No podía dejar de pensar en Antón.
Martina: Te echo de menos.
Martina no se había dado cuenta de que no estaba sola. En el agua, no muy lejos de ella, alguien la observaba.
Antón: Martina.
Se giró y pudo ver a Antón en el agua. Parecía estar desnudo de cuerpo para arriba. Había algo distinto en él. Martina cerró los ojos, pensando que aquello debía ser una visión, pero al abrirlos, Antón seguía allí.
Martina: ¿De verdad estás aquí?
Antón se acercó hasta el embarcadero sin salir del agua.
Antón: Sí, soy yo. Llevo días esperándote.
Martina: Pero yo te vi morir, no es posible...
Antón: Viste bien. Aquel día me viste morir pero después renací.
Martina: Antón, no puedo creerlo. Amor, sal del agua, está helada.
Le ayudó a salir del agua y fue en ese momento cuando descubrió que Antón ya no era el mismo. Lucía una enorme cola azul y algunas escamas en el torso.
Martina: Eres un...
Antón: Me he convertido en un sireno. Sé que esto no entraba en nuestros planes, pero creo que podremos superar este pequeño inconveniente.
Martina: ¿Cómo ha ocurrido?
Antón: Brisa me convirtió. Su mordedura antes de morir me transformó en esto.
Francisco: ¡Apártate de ella!
Francisco apuntaba a Antón con una pistola.
Martina: Francisco, baja ese arma. Es Antón, no es peligroso.
Francisco: Ese ya no es Antón. Todas las sirenas son peligrosas, Martina.
Martina: Baja el arma antes de que alguien salga herido.
Francisco: Sabía que esto no podía acabar así. Esa maldita sirena ha convertido tu novio en un monstruo.
Antón abrió la boca y le enseñó a Francisco sus colmillos. Eran igual de espeluznantes que los de Brisa. Se abalanzó sobre él pero este le disparó con su arma sin pensárselo dos veces.
Martina: ¡Nooo!
Antón cayó abatido al suelo. Las balas le habían alcanzado en el pecho. Martina estaba devastada. Había perdido por segunda vez al amor de su vida.
Martina: ¡Lo has matado!
Francisco: Ese ya no era él, Martina. ¿No te das cuenta? ¡Era un monstruo!
Martina: ¡Mentira!
Martina se abrazó a Antón llorando.
Martina: Yo lo quería tal y como era. ¡Me lo has vuelto a arrebatar!
Francisco: Martina...
Martina: Por favor, Antón. No me dejes otra vez. Llévame contigo, lejos de aquí. Conviérteme en sirena y vivamos libres nuestro amor. ¡No puedes volver a dejarme!
Antón abrió los ojos y agarró a Martina. Esta dejó de llorar sorprendida.
Antón: Agárrate a mi bien fuerte, mi amor.
Martina obedeció y se lanzaron al agua. Francisco ya no estaba dispuesto a volver a disparar a nadie. No sabía si Martina sería realmente feliz viviendo bajo el mar como una sirena. Tendrá que devorar a marineros para sobrevivir pero siempre permanecerá al lado de su verdadero amor. Ella había elegido, para bien o para mal.
Desaparecieron para siempre en aquellas aguas misteriosas para no ser vistos nunca más. Claudia abrazó a su marido y lo tranquilizó.
Claudia: Ya no podías hacer nada más por ella. Vamos, no deseo permanecer cerca del mar. Prefiero vivir en el bosque, lejos de cualquier lugar al que pueda llegar una sirena.
Francisco: No quiero volver a ver ninguna sirena nunca más.
Calabazo: De esta forma, nuestros protagonistas comenzaron una nueva vida bajo el mar. ¡Por supuesto que fueron felices! Eran libres, viajando y disfrutando su amor en las profundidades. Antón le enseñó a pescar y Martina aprendió rápidamente. Aunque, debo decir que no pescaban peces, si no humanos incautos que se adentraban mar adentro. Conocieron más sirenas, pero eso ya es otra historia que quizás algún día os cuente. Ahora, debo despedirme. Tengo hora con el doctor Frnakestein. Quiero saber si los análisis de pus me han salido bien. ¡Espero estar tan podrido como siempre! ¡Hasta el año que viene, amigos!
FIN