Llegaron excitados y con ganas de gastar todo el dinero del robo. Llamaron a una clack de vida alegre y compraron cervezas y todo tipo de sustancias prohibidas. Vivían en un bloque de pisos abandonado, en la primera planta. Los ocupas habían invadido todos los pisos y ellos habían decidido establecer allí su guarida. La tienda de antigüedades de Margarita y Evaristo quedaba muy lejos por lo que estaban completamente tranquilos. Rockas intimaba con la clack de vida alegre y Nacho y Orco bebían y reían entusiasmados.
- Pues aquella vieja me parecía guapa, es una pena - Se quejó Nacho - Si se hubiese comportado mejor, le habría hecho un favor.
- ¡Era una vieja, tío! Esa de ahí si que está buena - Señaló a la calck con la que Rockas intimaba - ¡Ey, no la canses mucho que luego voy yo!
- Tendréis pasta para pagar, ¿no? - Preguntó la clack a Rockas.
-Claro que sí, nena. No te distraigas - La besaba sin cesar mientras palpaba cada centímetro de su cuerpo.
- Tenemos que ir preparando nuestro próximo golpe. Esta vez debe ser algo...- Se interrumpió para dar un trago de cerveza - ...algo grande. Quizás la tienda de licores.
- Ahí se mueve mucha pasta - Aseguró Nacho.
-Me estoy acordando de la vieja, exigiendo que nos marchásemos de la tienda - Nacho comenzó a reír y Orco no tardó en acompañarle - Tenía narices la abuela, eso se lo tengo que reconocer.
- Les hemos hecho un favor, ya estaban muy viejos y sus vidas eran miserables.
- ¿A dónde vas, guapo? - Quiso saber la clack cuando Rockas se levantó.
Estaban tumbados sobre un colchón. El suelo estaba sucio y habían muchas botellas y bolsas de basura por todas partes. Los muebles estaban viejos y rotos.
- A sacar el agua al canario -Contestó apresurado.
Rockas entró en el lavabo y cerró la puerta. Era un cuarto de baño muy pequeño, casi no se podía mover. No era consciente del peligro que corría. Yan le acechaba desde la calle. Le observaba pacientemente, esperando el momento adecuado para actuar. Deseaba vengarse, hacer justicia. Sólo la muerte de los tres asesinos lo detendría.
- He bebido demasiadas birras - Decía mientras orinaba algo mareado.
Rockas no era un tipo educado, ni mucho menos. Era grosero, maleducado y desagradable. A pesar de ello, algunas lecciones de su madre se le marcaron de por vida. Así que fue a lavarse las manos, "siempre hay que lavarse las manos, cochino" le decía su madre cuando era pequeño.
Frente a él tenía una ventana que daba a un callejón solitario. Se sobresaltó cuando descubrió allí al samurai, mirándole fijamente. Sus ojos eran rojos, muy rojos.
- ¡La leche! - Gritó sobresaltado.
Al parpadear, el samurai desapareció. Se frotó los ojos mirando una y otra vez asustado. Por un instante se quedó paralizado. No era capaz de mover ni un músculo. Si no hubiese orinado, se lo habría hecho encima. Respiró profundamente y se tranquilizó. Habían sido imaginaciones suyas.
- Lo dicho, he bebido demasiadas birras - Se rió nervioso ya más tranquilo - He flipado en colores. Parecía la maldita estatua de la tienda de los viejos.
La ventana se abrió y una brisa helada entró. Le dieron unos escalofríos que le recorrieron todo el cuerpo.
- Ho-la... - Entonces Yan apareció ante él. Llevaba uno de sus afilados cuchillos y se lo lanzó a Rockas con todas sus fuerzas. Rockas gritó sorprendido. El cuchillo se le clavó en un ojo y siguió su camino destrozando todo a su paso.
Tocó el cuchillo clavado en su rostro, en un absurdo intento de sacárselo. Se notaba mojado y se estaba mareando. Le dio tiempo a observar a Yan, que sonreía ante la agonía y dolor de Rockas.
- Venganza - Dijo antes de que Rockas cayese muerto al suelo. Esas fueron las últimas palabras que escuchó el delincuente.
Mientras, sus compañeros seguían con la juerga. Orco había ordenado a la chica que se sentase en sus piernas y le hiciese mimitos. Nacho escuchó el grito de angustia de Rockas, pero Orco estaba demasiado ocupado con la chica.
- Eres muy juguetón, ¿eh? - Le preguntó coqueta. Odiaba a aquellos hombres, pero necesitaba el dinero y no tenía más remedio que aguantar.
- Lo soy, preciosa. Ahora te daré lo tuyo, ya verás - Lamió su rostro y ella disimuló el asco que le provocaba.
- ¡Orco! ¿Has escuchado eso? Algo le pasa a Rockas - Le alertó.
- Pues ve a ver que le pasa. A lo mejor necesita papel de water - Su frase le hizo gracia y reía a carcajadas.
- Tío, ¿estás bien? - Abrió la puerta poco a poco, temiendo sorprender a su amigo sentado sobre la taza del water.
Cuando descubrió a Rockas tirado en el suelo, ensangrentado y con un cuchillo clavado en la cara, gritó como una adolescente. Aquello era lo más horrible que había visto en su vida y el miedo más profundo se adueñó de él.
- ¡Ahhhhhhhhhh! ¡Orcooooo!
Orco empujó a la chica al suelo sobresaltado y desenfundó su pistola, la misma con la que había disparado a Evaristo.
- ¡Qué narices pasa, leche! - Gritó a Nacho enfadado.
- Es...es... ¡Rock-Rock-Rockas! ¡Está-está...!
- ¡¿Qué dices?! ¡Habla claro que no me entero! - Le exigió.
- ¡Rockas está muerto! ¡Le han clavado un cuchillo en la cara! - Se puso a llorar desesperado.
- ¿¡Qué!? ¡Maldita sea!
Intentó ordenar sus ideas. Pensó en todos sus enemigos y en los que eran capaces de hacer algo tan salvaje y cruel.
- Los Peinetas, han sido ellos - Sentenció.
- ¡Tenemos que salir por patas, Orco! - Sugirió Nacho histérico.
- No puede ser...
Tras nacho, apareció Yan. Orco no podía dar crédito a lo que sus ojos veían. Era la misma estatua que habían visto en la tienda de antigüedades. Se movía y sus ojos rojos brillaban. Portaba una de sus armas en las manos, dispuesto a usarla.
- ¿Qué pasa, Orco? - Yan usó su afilada arma hiriendo en la cara a Nacho, que gritó de sorpresa y dolor. La herida le desgarró la cara y sangraba en abundancia.
- ¡Ahhhh, Orco! ¡Ayúdame! ¡Por favor! - Yan no estaba dispuesto a dejar las cosas tal cual. Estaba decidido a llegar hasta el final. Debía terminar su tarea encomendada.
- ¡¿Qué eres?! Por favor, no me hagas daño... - Supo inmediatamente dónde había visto a Yan y se sobrecogió. - Lo-lo siento, no queríamos hacer daño a esos viejos...¡Orco, ayuda!
Orco observaba, incapaz de hacer nada. Su amigo necesitaba ayuda pero estaba sobrecogido por la situación.
- Amigo...te podemos dar mucha pasta, ¿a que sí, Orco? Vamos, ¿cuanto quieres? - Le propuso esperanzado.
- Venganza - Fue su única contestación.
Sin titubear le arrancó la cabeza. Los gritos de Nacho cesaron cuando las cuerdas vocales dejaron de funcionar. La sangre brotó a raudales cuando la cabeza de Nacho cayó al suelo.
La clack de vida alegre (aunque de alegre no tenía nada) gritó aterrorizada y quiso huir. Orco se le adelantó. La puerta principal quedaba lejos así que decidieron salir por una de las ventanas.
- ¡De prisa, por favor! - Pedía la chica asustada.
- ¡Yo primero!
Cuando se subió al alféizar de la ventana, empujó a la clack. Se dio un tremendo golpe sobre la mesa y quedó expuesta ante Yan.
- Lo siento muñeca, la ley del más fuerte. Así me darás algo de tiempo - Tras decir estas palabras se marchó.
Yan se acercaba a ella lentamente. Sus ojos eran terribles y no era capaz de mirarle fijamente. Después de lo que le había visto hacer a Nacho, temía sufrir una muerte igual de dolorosa y cruel. No quería morir, no de esa forma. Rogó por una segunda oportunidad. "No por favor, estoy dispuesta a cambiar de vida, lo prometo". Cerró los ojos esperando el golpe mortal.
Cuando los volvió a abrir, Yan estaba saliendo por la ventana. Ella no era su objetivo, no era culpable. Sólo deseaba vengarse y debía encontrar al último nombre en su lista, Orco.
- Gracias - Dijo en un susurro. Sabía que Yan no la estaba escuchando. Se juró un cambio de vida radical. Volvería a casa con sus padres.
Orco se escondió tras unos contenedores de basura. Era un callejón solitario. Algunos gatos callejeros la habitaban, ignorando por completo a Orco. Estaba temblando, realmente asustado. "Ha sido capaz de encontrarnos, esa cosa nos buscó y dio con nosotros", se decía perplejo.
- Busca venganza...- La voz sobrenatural de Yan se repetía en su mente una y otra vez. Había asesinado a Nacho y Rockas de la forma más horrible. Agarró la pistola con sus manos sudorosas, alerta ante cualquier movimiento sospechoso - A mala hora decidimos entrar en esa tienda de antigüedades.
Escuchó unos pasos y se asomó. Allí estaba, el dichoso samurai. Era imparable, no había escapatoria. Le temblaban las piernas ante la aterradora imagen de aquel ser infernal.
- ¡Ey, amigo! Escucha, lo siento mucho. No quisimos hacer daño a esos abuelos. ¿Me comprendes? De verdad que lo siento - Yan no contestaba ni se movía. - Podemos ser amigos, ¿que te parece?
Pensó que se trataba de un buen momento y salió de su escondite. Apuntó a Yan y le disparó.
- ¡Muere, desgraciado! - Estaba completamente seguro que por muy sobrenatural que fuese, unas balas lo matarían. - ¡Te podrás reunir con esos viejos!
Vació el cargador quedándose sin balas. Le había dado, estaba seguro. Cuando se percató de que no le había hecho el menor daño, huyó. Yan lanzó su arma contra Orco y esta le atravesó el torso.
Se acercó hasta él y sacó su arma ensangrentada de su cuerpo. Orco se arrastraba intentando poner distancia entre él y su verdugo, pero todo intento era en vano. La herida era mortal y en sus condiciones no lograría llegar muy lejos.
- Mal-dito...- A Orco le costaba hablar. Tosía sangre y sabía que aquello era una muy mala señal - Qué narices eres...¡Quién e-e-eres...!
- Venganza - Contestó.
- ¡Noooo! - Orco supo que aquella palabra era una sentencia de muerte.
Yan mutiló el cuerpo de Orco hasta dejarle prácticamente irreconocible. Tuvo una muerte larga y dolorosa. Se marchó abandonado su cuerpo desmembrado en aquel callejón solitario.
Su venganza había concluido. Los nombres de los tres asesinos habían sido tachados. Ahora debía cumplir su segunda promesa, no menos importante. Cuidaría de Elvira. Sabía dónde vivía la señora Clarkson, la mejor clienta de Margarita y Evaristo. Adoraba a Elvira y la trataría como si de una de sus nietas se tratara. También sabía que ansiaba tener a Yan en su casa. Viviría junto a Elvira en aquella casa y velaría por su seguridad. Elvira la estaba esperando al volver la esquina. Le dio la mano y juntos se alejaron del cuerpo inmundo de Orco y de aquellas peligrosas calles.
- ¡Pero si estáis en mi casa! Que grata visita, queridos. Hola pequeña, soy Calabazo - Dijo sonriente.
- Soy Elvira - Contestó la niña tristona.
- No estés triste, querida. Cuentas con un fiel amigo. Yan es una fantástica compañía.
- Lo sé, pero echo de menos a mis abuelos...
- ¡Oh, ya sé! ¿Quieres que te cuente un cuento? Un maravilloso cuento de Halloween, ¿qué te parece? - Le propuso guiñándole un ojo.
- Vale - Respondió más animada.
- ¡Perfecto! Luego te daré un regalo, seguro que te gustará. Yan, ¿le parece bien? - Preguntó al samurai- Bueno, prefiero que no hable...no quiero que pronuncie esa temida palabra y acabe con mi miserable pero amada existencia.
- ¿Salen niños en esa historia? - Quiso saber Elvira.
- ¡Por supuesto! Descubrirás que debes sentirte afortunada...no todos los niños corren tu misma suerte, querida. Escucha atenta, niña.
Continuará...
¡Al fin la venganza! ¡Qué bien me he sentido cuando Yan los ha matado a los tres de la forma más vil! Esa escoria de personas no se merecía seguir viviendo. Ahora me da pena Elvira (me pregunto qué hace en casa de Calabazo, jajaja). Me da penita porque va a echar mucho de menos a sus abuelos. Por cierto, me he reído mucho con lo de la clack de vida alegre (que de alegre no tenía nada) jajaja. También me ha hecho mucha gracia el nombre de los enemigos de esos tres delincuentes: los Peinetas, jajajaja. Tienes una imaginación desbordante, tanto para inventar cosas terroríficas como graciosas (la prueba está en esta historia). Estoy deseando saber qué cuento le explicará Calabazo a Elvira, pobrecita. Me conmueve que la niña sea tan valiente como para no sobresaltarse al ver lo que ha hecho Ya. Supongo que ella también desearía la venganza de sus abuelos. Es verdad que da mucho gusto cuando la venganza se cumple, pero también es cierto que eso no devolverá a Evaristo y Margarita a la vida, qué pena. De todas formas me encanta que sus muertes hayan sido vengadas. Enhorabuena por este segundo capítulo. ¡Estoy deseando conocer la continuación!
ResponderEliminar¡¡¡Una historia fantástica!!! He disfrutado muchísimo con la lectura de las dos partes de esta historia. La primera parte con la muerte de los ancianos es muy triste. ¿Te das cuenta que con tus palabras y fotos logras múltiples emociones? Consigues conmover, hacer sonreír, sacar nuestro lado más vengantivo, temer... Esto no es algo fácil. Tienes, sin duda, un don para ello. Estas historias de Calabazo que son un clásico son las mejores historias clickeras de Halloween.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho la recreación de la historia. El custom de la estatua samurai, que impresiona con esa carita blanca de porcelana y cuando se le iluminan los ojos de rojo. Los personajes todos en pocas palabras quedan perfectamente definidos. Los ancianos son una pareja entrañable y los malos malísimos son odiosos y deleznables. Yo no he disfrutado con su muerte. Me ha dado cosita. Además las imágenes son muy sangrientas hasta para ser clicks pero queda la satisfación de que se ha hecho justicia. La escena del baño es muy fuerte con esa cara acuchillada pero antes de que suceda esto, consigues crear una intriga y nerviosismo por saber qué va a pasar, que hace que el lector se identifique con el miedo del personaje, a la vez que deseas que lo pille ya y se acaben esos nervios. Me ha sorprendido la conversión de la chica alegre, que después del susto, quiere cambiar de vida y volver con su familia. Orco es un traidor. Por un momento parece que quería hacerse amigo del samurai y sólo quería dispararle cuando lo tuviera a tiro y anda que cómo trata a la chica, que la lanza al samurai. Y sobre todo me ha gustado la escena final en la que sale con la niña de la mano el samurai. Me parece buenísima. Estoy convencida de que serías un cineasta estupendo.
Y luego como vuelves a conectar la historia con Calabozo y nos envuelves para volvernos a meter en otra historia.
Estoy deseando verla. ¡Qué sigan los cuentos de miedo!