domingo, 23 de octubre de 2022

Nunca le olvidaremos

Viajaban en la limusina de Ernesto. Sentados en el lujoso vehículo, permanecían en silencio, pensando. Cada uno de ellos sufría por dentro. El dolor era inmenso, diferente, un dolor que nunca antes habían padecido. Era tan desgarrador e incontrolable que no podían evitar suspirar, llorar o cerrar los ojos con fuerza.


Edwan, el chofer de confianza de Ernesto, era el encargado de conducir la limusina. Era un hombre educado y profesional. En aquellas circunstancias le costaba guardar las apariencias. Estaba triste y sin ánimos para hablar. Normalmente le gustaba charlar animadamente con los demás, pero era incapaz de entablar una conversación demasiado larga.

Edwan: Estamos llegando al cementerio.


Sentados en los asientos de atrás se encontraban Sus, Wenda, Lilu y Wen. Todos vestían de negro, pues estaban de luto. Ernesto se había marchado para siempre entre terribles dolores, a pesar de los cuidados de todos ellos y de la medicina más actual. Sus había cuidado de su abuelo con toda su alma, luchando para que pudiese vivir un poco más. Sabía que el final para él era inminente y que nada podía hacer para evitarlo, pero no se quiso rendir en ningún momento. Le ayudó cada día, sin pensar que quizás fuese el último para Ernesto. Se entregó en cuerpo y alma en su cuidado, haciendo cosas que jamás pensó que sería capaz de hacer, pero el amor por él era tan inmenso, que no existió barrera que le impidiese estar a su lado. No quiso separarse. Tanto fue así que cuando falleció, estaba junto a él. Se despidió mil veces, esperando que pudiese haberle escuchado y que se fuese en paz. 

Sus: Gracias, Edwan.


Wenda amaba a su padre con locura. Cuando la enfermedad se presentó de repente, golpeando sus vidas con violencia, no supo encajar el golpe. Asimilar esa terrible enfermedad le costó muchísimo. Se negaba a aceptar que no había nada que se pudiese hacer por él. Su padre estaba terriblemente enfermo y no había nada en el mundo que lo pudiese sanar. Nunca había lidiado con una enfermedad tan cruel y se vio sorprendida por un dolor mucho más intenso que el que pueda vivir uno en su propia piel. Un ser querido, al que amas tanto, está viviendo un infierno y tienes las manos atadas. Eso fue lo que más le costaba sobrellevar. Aunque al igual que Sus, no se escondió ni se dejó llevar por la pena. Agarró el todo por los cuernos y luchó por el bienestar de su padre. Lo ayudó hasta el final, dejando todo lo demás a un lado. Sabía que había hecho todo lo que pudo por él y se sentía tranquila en ese aspecto.

Wenda: Me escuecen los ojos de tanto llorar. 
Sus: Yo tampoco consigo dejar de llorar, mamá.
Wenda: Le echo de menos...


Lilu: Yo también, tita.

Hacía ya una semana que Ernesto fue enterrado en el cementerio de Wensuland. Acudieron todos los familiares, allegados y amigos de la familia. Allí se reunieron incluso algunos viejos conocidos. Nadie quiso faltar para dar apoyo a la familia y despedir a Ernesto como se merecía. Fue una ceremonia muy emotiva e inmensamente triste. 

Wenda: No puedo concebir que no lo volveré a ver nunca más. Hemos estado toda la vida juntos. Necesito verle, hablar con él y abrazarle, al menos una vez más.
Lilú: Ay tita, ¡le echo mucho de menos!


Lilu se puso de nuevo a llorar. Wenda le agarró la mano y le apretó con cariño. 

Wen: La vida es una mierda.
Wenda: A veces es tan cruda y despiadada que cuesta entederla.
Wen: ¿Qué sentido tiene? El abuelo no se merecía esto. No entiendo que se haya tenido que morir, y más de esta forma. No es justo. La vida es una mierda.


Lilu: Lo importante es que estuviste a su lado, primo. Hiciste todo lo que pudiste por el abuelo. Eso lo verá desde el cielo y seguro que te lo agradecerá.
Wen: No creo que me esté viendo desde ningún sitio. Eso son tonterías.
Lilu: Wen...
Wen: Perdona, Lilu. Es que...
Lilu: No te disculpes. Te entiendo.


Edwan: Ya hemos llegado. Esperad, que les abro la puerta.
Wen: No es necesario, Ed.
Edwan: Es mi trabajo, no es molestia.


Edwan abrió la puerta y fueron saliendo de la limusina. Visitar a Ernesto tras pasar una semana de su muerte era algo doloroso, pero tenían la necesidad de hacerlo. No todos eran capaces de volver al cementerio y enfrentarse de nuevo a esa terrible realidad, por eso aquel día fueron los cuatro solos.


Edwan: Yo les esperaré aquí.
Wenda: Gracias Ed.
Edwan: Si hay algo más que pueda hacer, no tienen más que decírmelo.
Sus: Eres muy amable. No te preocupes, estaremos bien.


Era un cementerio muy bien cuidado, con flores, árboles y naturaleza alrededor. A pesar de su extraña belleza, sobrecogía. El dolor que brotaba por cada uno de sus rincones inquietaba a todo aquel que lo visitaba. 


Una mujer vendía flores en la puerta. Todas eran preciosas y Sus se acercó para comprar una rosa blanca. Era la flor preferida de Ernesto. Sus eligió la que le pareció la más bella de todas.


La vendedora la felicitó por la elección. Le sonrió, consciente de que para Sus no era precisamente un buen momento. Pasaban tantos clientes desolados por la perdida de un familiar que conocía muy bien el dolor que reflejaba la mirada de Sus.


Wenda: Es preciosa, hija.
Wen: Al abuelo le habría gustado.
Lilu: Es una rosa muy cuqui.


Entraron al cementerio con el corazón sobrecogido. Todo lo vivido días atrás en el entierro volvía a sus mentes. Eran como puñales que se clavaban en el alma sin compasión.


Era imposible no leer las lápidas que se encontraban por el camino. Una mujer fallecida hacía más de veinte años, un niño, un amante de las motos, una familia al completo...algunas de esas personas hacía tanto que habían fallecido que nadie cuidaba sus lápidas ni les ponían flores. Era triste y desgarrador. Todo eso les hacía pensar en el sentido de la vida.


Sus reconoció a Leticia. Estaba frente a la tumba de su madre, con una flor en la mano. Lloraba y parecía que hablaba con el viento. Seguramente le estaría contando a su madre lo mucho que la echaba de menos.


Sus pudo leer algunas frases en las lápidas que le llamaron la atención.

"Solo se vive una vez, pero si lo haces bien, una es suficiente".
"La muerte es una tediosa experiencia; para los demás, sobre todo para los demás".
"No quiero morir sin cicatrices".


Wen miró alrededor y por muy poco no salió corriendo de aquel lugar. El ambiente le oprimía el pecho. Las personas que caminaban por allí tenían la mirada perdida. Cada una de ellas habían perdido alguien al que amaban y seguían luchando con ese dolor.


Se controló, pensando en su madre, Sus y Lilu. Debía estar junto a ellas en un momento tan duro como ese. Tragó saliva y siguió caminando. 


Por fin llegaron ante la tumba de Ernesto. Estaba ubicada en un lugar junto a los árboles y flores. Debías subir unas escaleras que daban a un precioso portal de piedra. Allí yacía Ernesto, con una preciosa corona de flores blancas. Todos guardaron silencio con lágrimas en los ojos.


En aquel lugar frío y oscuro estaba Ernesto. Ya no necesitaba nada. Después de todos los cuidados del mundo, vigilando cada milímetro de su cuerpo, la medicación exacta que debía tomar y el amor más incondicional de todos, ese había sido su final. Sus sentía impotencia por no haber podido arrebatárselo a la muerte.


Wenda acarició las flores blancas de la corona. Ella misma las había elegido y no sabía muy bien cómo. Todo lo que había ocurrido durante todo el tiempo que Ernesto enfermó y su fallecimiento le parecía una pesadilla de la que no podía despertar.

Wenda: Papá, estoy aquí. No sabes lo mucho que te echo de menos. No concibo no volver a verte nunca más. 

Intentaba reprimir las ganas de llorar, pero le era totalmente imposible.

Wenda: Tu lugar esta con nosotros, en tu casa. Podrías haber vivido más tiempo, papá. ¿Quién decide de forma tan injusta que ya no puedes estar con tu familia? No es justo. Eras un hombre bueno. Siempre fuiste un padre excepcional, maravilloso. No puedo estar más agradecida por todo lo que hiciste por mi. Gracias por darme tanto. Te echaré de menos el resto de mi vida.


Lilu solamente podía llorar. Wen intentaba calmarla, aunque también se encontraba mal. Consolar a Lilu le alejaba un poco de su propio dolor, y es justo lo que en ese momento necesitaba. Hacerse el fuerte ante los demás, esconder su dolor hasta que no pudiese más.

Wen: Estoy contigo, Lilu.
Lilu: ¡El abuelo no debería estar ahí! Debe estar oscuro, Wen. Está solo y seguro que tiene frío...
Wen: Él ya no siente nada, Lilu. Ahora descansa y ya no sufre ningún dolor.
Lilu: Ay Wen, no soporto esta pena...


Sus se acercó para depositar la flor que había comprado sobre la tumba. 

Sus: Abuelo, soy yo.


Sus: Te he traído esta rosa blanca. Sé que es tu favorita. No sé si me estarás escuchando desde algún lugar. Me gustaría pensar que sí. 


Rompió a llorar empapando la tumba de lágrimas.

Sus: Por favor, no me abandones. No quiero aceptar que ya no volveré a verte.


Se intentó tranquilizar. Se secó las lágrimas con la manga de su vestido.

Sus: Te has ido y todo sigue igual para el mundo. El mundo debería saber que se ha ido un hombre excepcional, irrepetible. 


Wen dejó a Lilu con Wenda y fue con Sus. La abrazó y los dos lloraron frente a la tumba de Ernesto. 

Wen: Sus, vamos a intentar calmarnos. Al abuelo no le habría gustado vernos así.


Sus: No puedo, Wen. Soy incapaz de animarme.
Wen: A mi también me está costando mucho. Le echo de menos y solamente ha pasado una semana. 
Sus: No quiero imaginar cuando pasen los meses...


Wen: Será muy duro, Sus. 

Ambos se quedaron en silencio, pensativos. Habían dejado de llorar y estaban algo más tranquilos. 


Estuvieron un tiempo allí, llorando y mirando pensativos su tumba. Wenda decidió que ya era suficiente. Aunque necesitaba estar frente a la tumba de su padre, era el momento de marcharse.


Acarició la tumba y la besó.

Wenda: Debemos irnos, papá. Siento que te tengas que quedar aquí. No te preocupes, volveré en cuanto pueda. Tendrás que darme un tiempo, esto es muy doloroso para mi. Te quiero.


Wenda quiso entrar en una pequeña iglesia situada en el mismo cementerio. Quería rezar y que la paz que se respiraba en un lugar sagrado la ayudase a calmarse. Todos la acompañaron.


Tomaron asiento en los bancos de madera. El silencio reinaba en su interior. Wenda cerró los ojos y rezó. Aunque era una iglesia muy austera, era muy acogedora. Se respiraba mucha tranquilidad y eso les vino muy bien.


Wenda: Nos toca ser fuertes. Podemos llorar, pero no derrumbarnos. Debemos pensar en los que nos rodean. El abuelo no habría querido que su muerte  nos destruyese.


Lilu: Él querría que fuésemos felices. 
Wenda: ¿Es cierto que has vuelto con Duque?
Lilu: Sí, es maravilloso. Soy muy feliz a su lado. Nos vamos a ir a vivir juntos. Además, he empezado un proyecto nuevo con Hilary y Mary Sarrat. Me hace ilusión montar un negocio con ellas.


Wenda: Debemos centrarnos en cosas positivas. 
Wen: Resulta algo difícil en estos momentos, pero debemos intentarlo. En estos momentos la vida me parece una mierda, pero imagino que el tiempo me ayudará. Briana y Estrella me necesitan.


Sus: Y nosotros, Wen. Nos toca cuidar los unos de los otros. Yo tengo a mis niños, que son lo más bonito que me ha pasado en la vida y Diamante, que lo amo con locura. 


Wenda: Venid aquí, chicos.

Se levantaron y se abrazaron. Aquel momento les vino bien para retomar fuerzas.


Wenda: Dicen que las personas no mueren si siguen viviendo en los corazones y mentes de quienes lo amaban. El abuelo seguirá vivo en nuestro interior, aunque no podamos hablar con él. Nunca le olvidaremos.


FIN



















2 comentarios:

  1. Es una historia muy triste que supongo que habrás escrito desde lo más profundo de tu corazón, con toda tu alma, e incluso intentando dominar las emociones que te suscitaría escribirla. Quienes estamos en tu vida podemos interpretar perfectamente cada palabra de esta historia y por qué la has escrito. Es un precioso homenaje a quien ya sabemos y me gusta mucho que le hayas dedicado una historia tan bonita. Además sé que la pusiste justo en este momento porque hace un año de cuando se torció todo...
    "Te has ido y todo sigue igual para el mundo. El mundo debería saber que se ha ido un hombre excepcional, irrepetible. " ésta es la frase que más me ha conmovido de la historia. Es verdad que cuando alguien se va sólo se detiene la vida para quienes lo quieren. En esta cultura, no nos enseñan a aceptar la muerte como parte del ciclo, a llevar los duelos, a aceptar que las personas que queremos se marcharán algún día, cuando no podemos evitarlo, cuando es algo que pasará tarde o temprano. Además no me gustan los cementerios porque son la base de todo el dolor y para mí un ser querido no está donde lo entierran porque eso sólo es el cuerpo y nuestro ser querido fue más que ese cuerpo que está deshaciéndose. Nuestro ser querido fue energía, fue alma, y su espíritu queda libre y vivo en nosotros, pero también se convierte en un ser que nos guía, que está protegiéndonos, pero sé que aprender a creer y pensar así es complicado porque no nos lo enseñan. Bueno, no quiero alargarme más porque este tema me da para mucho. Muchas gracias por abrirnos tu corazón de este modo.

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  2. A ver si puedo comentar ya, que he tenido varios problemas para hacerlo.
    He leído ya esta pequeña historia y pese a que es muy triste, me ha conmovido. Sé lo especial que es para ti, por la de sentimientos personales que hay en ella.
    Esta pasión nuestra por estos kekos nos ha acompañado, acompaña y espero que nos acompañará siempre. Los playmobil nos curan y me alegra de que esta historia a ti te sirva un poquito para sanar y que sea una especie de liberación de tantas vivencias duras en los últimos meses y de todos esos sentimientos que te inundan.
    Ernesto Pérez era un personaje muy importante en nuestras familias. No sé cómo nuestros clicks aprenderán a vivir sin él.
    Las fotos son preciosas, el cementerio te ha quedado realmente bien, pero todo eso es lo de menos frente a la dureza de todo lo que expresas en esta entrada. Solo puedo decirte una cosa. Te quiero mucho y no estás solo en esto. Te mando un abrazo muy fuerte y deseo que vengan momentos más felices.

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