Mi calvario con los Plómez todavía no había concluido. Habían organizado una excursión al monte Clicko Alto. Haríamos unas cuantas horas de senderismo subiendo hasta la cima. Muchos decían que subir a la cima del monte revitalizaba el alma. John se había mostrado entusiasmado (adora cualquier tipo de deporte). Aunque no me apetecía lo más mínimo, no quería dejar a John solo.
Lo primero que me reventó de aquel viaje fue lo maravillosamente preparada que estaba Minerva. Llevaba ropa, mochila y bastones profesionales para apoyarse al caminar. Llevaba una chaqueta rosa preciosa y unas zapatillas Adiclack. Fran también se había preparado para la excursión aunque no tan especialmente. John y yo vestíamos con ropa de sport.
Sabrina: Vaya, veo que te has gastado un dineral en ropa y complementos.
Minerva: Que vá, me los regaló mi suegra hace tiempo. ¡Qué nervios! Dicen que la cima de Clicko Alto es espectacular. ¿Verdad, Pichoncito?
Fran: Verdad. Mis primos estuvieron aquí hace años y dicen que es precioso.
Minerva: Yo iré primera, que voy mejor preparada. Tened mucho cuidado no os resbaléis.
Sabrina: No somos niños chicos, guapa.
Minerva: Subiremos por este tramo.
Sabrina: ¡Mirad, hay ratas gigantes! Este lugar no es tan bonito como dicen...
Minerva: No son ratas, Sabrina. Son marmotas, mucho más bonitas que las ratas.
Sabrina: Pues a mi me dan el triple de asco.
John: Son inofensivas.
Estoy segura que si se encuentra una marmota de esas en su casa, no le parecería tan bonita. Siempre tenía que ir de lista. Quise demostrar que yo también sabía cosas.
Sabrina: Eso es una ardilla.
Minerva: Ya.
Sabrina: Esta es una ardilla fortunata.
Minerva: ¿Fortunata?
Sabrina: Así es. Es autónoma de aquí y come plantas verdes, hierba y piedras.
Minerva: ¿Piedras?
Sabrina: Sí, tienen unas uñas muy duras y las rompen a cachitos para comérselas.
Minerva: Uy, eso no lo había escuchado nunca.
John se acercó a mi y me susurró al oído...
John: No se dice autónoma, es autóctona. Mentirosa...
Yo le saqué la lengua y él se rió divertido. Sí, me lo estaba inventando todo.
Empezamos a subir unas escaleras de piedra que al principio no me parecieron gran cosa, pero pronto empecé a sentir el agotamiento. Aquello parecía no tener fin. Estaba a punto de quejarme pero Minerva me interrumpió.
Minerva: Es fácil subir por aquí, ¿verdad? Es cómodo y no cansa.
Fran: Sí, está muy bien pensado.
Sabrina: Sí...
Minerva: Aire puro y tranquilidad absoluta. Disfrutar el momento, chicos.
Yo no podía dejar de pensar en la cama del hotel. Tan cómodo y confortable. Estaba deseando darme una buena ducha y tumbarme a dormir la siesta. Seguimos subiendo aquella interminable montaña dirigidos por Minerva.
Minerva: Aquellas nubes traen tormenta.
Sabrina: ¿También eres meteoróloga? Solo falta que sepas volar.
Minerva: Qué chispa tienes, Sabrina.
No tardaron en caer las primeras gotas. Los truenos ensordecedores me asustaron. Como siempre, Minerva tenía razón. Estaba lloviendo y no precisamente cuatro gotas.
Fran: ¡Menuda tormenta!
Minerva: Ahora subir es más peligroso. Está todo resbaladizo y podríamos resbalarnos. Debemos ir con extremo cuidado.
Sabrina: ¿Y vamos a seguir subiendo? ¡Está diluviando!
John: Vamos amor, no te des por vencida.
Siguieron subiendo y les seguí, aunque no podía más. Estaba empapada y el cansancio se había apoderado de mi.
Sabrina: No puedo más, quiero volver al hotel, John.
John: ¿No puedes? No te preocupes, nos volvemos.
Miré hacia arriba y vi a Minerva subiendo con mucho garbo. No podía consentir otra derrota. Aunque no llegase la primera, debía seguir adelante.
Sabrina: No, quiero seguir.
John: ¿Estás segura?
Sabrina: No, pero no quiero rendirme.
Cuando ya habíamos avanzado la mitad del camino, nos detuvimos a mirar el paisaje. Fran fotografiaba todas las montañas, árboles, piedras, rocas y hierbas insignificantes.
Fran: Impresionante. No os preocupéis, os pasaré todas las fotos del paisaje.
Sabrina: No me preocupo...
Ni loca quería tener una sola fotografía de Fran. No imaginaba nada más aburrido en el mundo que perder mi tiempo viendo sus fotografías.
La sensación que recorría todo mi cuerpo era muy desagradable. Mi ropa mojada me molestaba, me pesaba y me hacía sentir muy molesta. La lluvia se metía en mis ojos y en la boca. Tenía el pelo que daba auténtica pena y me dolía todo el cuerpo, especialmente las piernas.
"Vamos, tú puedes. Tienes que llegar a la cima aunque sea lo último que hagas en tu vida" , pensaba con cada paso.
Ellos habían avanzado mucho más. Me estaba quedando atrás, pero seguía caminando.
John: ¿Necesitas ayuda?
Sabrina: No, estoy bien.
Finalmente llegamos a la cima. No imaginaba que estuviese tan concurrida. Muchos excursionistas estaban sentados observando el paisaje. Unos merendaban y otros, como el Chino Juan, se relajaban meditando.
Chino Juan: Milad bien el paisaje y celal los ojos. Dejal que el espílitu de la natulaleza se intloduzca en vuestlas mentes.
Sí, llegué a la cima pero no podía mover un solo músculo. Estaba exhausta, sin fuerzas para nada.
John: ¿Estás bien?
Sabrina: No...
John: Has conseguido llegar a la cima. Estoy orgulloso de ti.
Sabrina: John, te tocará bajarme en brazos...¡Ha sido infernal!
A pesar de lo mal que lo pasé, sentía la satisfacción de haber cumplido. Minerva no era la única clack capaz de subir a la cima. Decidimos parar a descansar una vez abajo. Ya había dejado de llover y aunque no había salido el sol, se estaba bien. La ropa comenzaba a secarse, aunque seguía sintiéndome muy incómoda. Fran le enseñaba a Minerva las fotos que había hecho durante la excursión y ella las observaba y comentaba muy ilusionada.
John: Estás muy sexy así. La ropa mojada se ajusta al contorno de tu figura y me pone como una moto.
Sabrina: Pues con lo cansada que estoy, no esperes mucho de mi esta noche.
John: Eso ya lo veremos.
De pronto, una cabra montesa apareció de la nada. Parecía amenazante y me asusté. Esos enormes cuernos eran dos poderosas armas con las que podía hacernos mucho daño e incluso matarnos. Minerva se levantó y se puso frente al animal.
Fran: Minerva tiene una conexión especial con los animales. Por favor, ten mucho cuidado mi amor...
Minerva: No te preocupes, Pichoncito mío.
Sabrina: ¡Estás loca!
John: ¡Es muy peligroso, Minerva!
Se acercó al animal y le acarició la cabeza. La cabra agradecía las caricias y parecía estar encantada.
Minerva: Tranquila, bonita. No queremos hacerte daño.
John: Si no lo veo, no lo creo.
Fran: ¡No te muevas que te hago una foto!
Esa fue la gota que desbordó el vaso, el colmo de los colmos. Mi paciencia estalló en mil pedazos y no pude aguantar más. Si ella podía amansar a un cabra salvaje, yo también.
Sabrina: Eso lo hace cualquiera. Yo de pequeña tuve un perro y los gatos me adoran. Os lo voy a demostrar.
John: Sabrina, ni se te ocurra acercarte a ese animal.
Sabrina: ¡Que no pasa nada! Ya lo verás...Hola cabrita bonita...soy Sabrina...
La diabólica cabra no se lo pensó dos veces. Al principio pensé que era tímida y que se echaba para atrás temerosa, pero en seguida me percaté que estaba cogiendo carrerilla. Imagino que notaba el miedo en mi cuerpo y no se fiaba de mi.
Se lanzó a por mi y me golpeó con fuerza. Salí disparada y acabé entre unos matorrales. Si ya estaba muerta de la excursión aquel golpe me terminó de re-matar.
Sabrina: ¡Ahhhhhhhhhh!
John: ¡Sabrina, voy a por ti!
Minerva: ¡Tengo un pequeño botiquín en la mochila! Ay madre, que casi la mata.
No era el cuerpo lo que más me dolía, era el orgullo. Definitivamente Minerva sabía hacer de todo y era perfecta.
Aunque el golpe fue aparatoso tan solo me hice unos rasguños. Minerva me dejó unas zapatillas que había traído de repuesto y me curó las heridas. Decidí alejarme un poco del grupo para despejarme. Estaba de Minerva hasta el moño. Escuché una voces muy cerca de mi. Me acerqué movida por la curiosidad.
Dos mujeres muy atractivas y vestidas de una forma muy exótica estaban moviendo las manos sobre una fogata.
Artemisa: Con esto expulsamos los malos espíritus del bosque.
Cassandra: Los espíritus de los ogros y los duendes siguen aquí.
Artemisa: La Diosa se ocupará de ellos, no te preocupes. Uy, ¿no notas nada extraño?
Cassandra: Sí, alguien nos está observando.
Me habían descubierto, a pesar de haber sido muy sigilosa. La que se hacía llamar Cassandra fue la primera en hablar.
Cassandra: ¿Quién eres? ¿Por qué nos espías?
Sabrina: Lo siento, no quería molestaros. Pasaba por aquí y me llamó la atención el ritual que estabais haciendo.
Cassandra: Por la Diosa, menudas vibraciones me llegan...creo que me voy a marear.
Artemisa: Es ella. Te ocurre algo extraño, chica. Tu aura no es buena...
Sabrina: ¿Mi aura? ¿Eso que es?
Artemisa: Dame tu mano. No temas, no te haré daño.
No entendía nada, pero accedí. Examinó la palma de mi mano con detenimiento.
Artemisa: ¡Diosa de mi corazón! ¡Esto es imposible!
Sabrina: ¿Qué ocurre?
Artemisa: Se aproximan muchos problemas, criatura. Veo complicaciones y gente dolida y malvada a tu alrededor. Un momento...¡No tienes corazón!
Sabrina: ¿Qué?
Me soltó la mano y me miró con ojos acusadores.
Artemisa: ¡Has abandonado a tu hijo! ¡Mala madre, hija del demonio!
Sabrina: ¿Está loca? ¡Mi hijo está en casa!
Artemisa: Eres mentirosa por naturaleza, malvada y egoísta. Haces daño a los que te rodean, engañando y traicionando.
Sabrina: ¡Eso es mentira!
Artemisa: Pobre hombre enamorado de ti, ¡eres lo peor! Le engañas y encima abandonas a tu hijo, ahí tirado, como si fuese basura. ¡No tienes corazón!
Sabrina: ¡Loca!
Cassandra: Tranquilízate, hermana.
Artemisa: ¡Todavía estás a tiempo! ¡Deja que te limpie el aura! ¡Yo puedo ayudarte! ¡Debes ir a por tu hijo, te necesita!
Sabrina: ¡Socorro!
Artemisa: ¡Vuelve!
Me alejé de aquel par de locas corriendo con toda mi alma. Aquellas palabras me dañaron mucho. Sí, había dejado en casa a Walter, pero yo no consideraba eso abandonarlo. Estaba al cuidado de la madre de John.
Al día siguiente me desperté desanimada y con muchas agujetas. Los Plómez habían organizado una excursión a la fuente divina, en la otra punta de la isla. No tenía fuerzas para seguir aguantando a Minerva y Fran y mucho menos para hacer otra excursión. John quería ir, le hacía mucha ilusión. Decidí quedarme en el hotel y aunque al principio no quería irse sin mí, al final lo convencí.
John: No me hace gracia dejarte aquí sola.
Sabrina: Estoy bien, de verdad. Después de dormir un par de horas más, bajaré a la playa un rato y me tomaré una buena copa de helado en el chiringuito.
John: Está bien. Luego nos vemos. Sé buena y no hagas trastadas.
Sabrina: Lo mismo digo. Ten cuidado con los Plómez...
Cuando John se fue y estuve sola, algo extraño me dominó. Esa sensación de soledad, de poder hacer lo que me venga en gana, sin estar vigilada. Cuando era pequeña y me quedaba sola en casa, corría desnuda por todas las estancias, buscaba entre los cajones de mis padres, jugaba con los juguetes en la cocina o saltaba sobre las camas.
Ese "todavía estás a tiempo" de Artemisa se repetía en mi mente una y otra vez, aunque no conseguía hacerme recapacitar. Saqué la tarjeta de Juan José y registré su número de teléfono en mi móvil. Seguidamente le envié un mensaje. Quedamos en media hora en la puerta del hotel.
"Da igual, Sabrina. Eres así, no puedes cambiar. Deseas ese chico y lo tendrás" me decía mientras esperaba. "Vive el momento, disfruta. John no se enterará".
Empecé a impacientarme. Deseaba a Juan José y tenía que ser ya, a pesar de estar muy cansada de la excursión. Pronto apareció con su coche verde y se detuvo ante mi.
Juan José: Che, sos hermosa, Sabrina. ¿Has conseguido despistar al boludo que te acompaña? Ese tipo no se separa de vos.
Sabrina: No hables de él. ¿A dónde vamos?
Juan José: Te llevaré a un lugar maravishoso, ya lo verás. Ahí te daré una sorpresa y te haré sentir el placer más grande que hashas sentido jamás.
Sabrina: Pues no perdamos más tiempo.
Continuará...