Capítulo 02
Pizzas, bolsos y pastillas
Kianga había montado su agencia de detectives hacía ya un par de meses. Encontró un alquiler económico en el primer piso de un edificio de comercios. En el piso inferior estaba la juguetería de Sus. Kianga nació en áfrica, pero a los dos añitos se vino a vivir con su familia a Wensuland y desde entonces hacía su vida aquí. Su piel era negra, su pelo moreno y frondoso y sus ojos color miel. Le gustaba vestir de forma muy elegante, con su traje de falda lila y su camisa blanca. Ilusión no le faltaba, pero clientes...
En dos meses, había tenido solamente dos casos. Un gato perdido que finalmente regresó solo a casa y el caso de una señora que aseguraba que un hombre la seguía a todas partes y resultó ser el cobrador del frac, por lo que no cobró nada.
Kianga: ¡No llama nadie! Me aburro como un burro.
Estaba sentada frente a su escritorio. El ordenador encendido, su agenda en blanco y su móvil con el sonido al máximo. Miraba por la ventana aburrida.
Kianga: Necesito acción, Isabelo.
Unos metros frente a ella estaba Isabelo, su socio. Él le había ayudado a montar la agencia, aunque el trabajo lo había hecho prácticamente todo ella. Era un hombre corpulento, con barba y poco atractivo. Siempre iba en chanclas, ya que le gustaba tener los pies libres. Vestía con su camiseta de flores hawaiana y lucía en su rostro poco atractivo sus particulares gafas de vista vintage.
Isabelo: Pues ven y pilla pizza y una birra.
Hacía las funciones de secretario y tenía su mesa de escritorio con su ordenador, aunque la utilizaba como mesa para comer y ver series. Los botellines de cerveza inundaban su zona de trabajo, tanto encima como bajo la mesa. Varios cartones de pizza esparcidos alrededor y algún envoltorio de chocolate decorando su mesa.
Kianga: No tengo hambre.
Isabelo: Pues está bien buena. He pedido la carnívora. Lleva hamburguesas, pops de pollo, salchichas y ternera en salsa.
Kianga: Cuando quiera morir de indigestión, te lo diré.
Isabelo: Tengo dos bocatas de rabo de toro, ¿quieres uno?
Kianga: Lo que quiero es que alguien llame. Si seguimos así, tendremos que cerrar...
Isabelo: No seas impaciente, ya llamarán. Ay, me ha chorreado en la camisa la salsa barbacoa.
Kianga: ¿Cuándo piensas recoger esa pocilga que tienes en tu puesto de trabajo?
Isabelo: Cuando tenga ganas.
Kianga: No sé para qué me he gastado dinero en el anuncio en el periódico.
Isabelo: Podríamos poner un anuncio en la tele. ¿No te parece buena idea? Todo el mundo mira la tele.
Kianga: Qué gran idea, Isabelo. Ahora dime, ¿de dónde sacamos el dinero para el anuncio?
Isabelo: Ah, es verdad, que vale dinero. ¿Y si se lo pedimos como un favor? La presentadora esa que sale en la tele, la rubia...¡Mercedes Clická! Es simpática, quizás nos quiera hacer el favor.
Kianga: Mejor sigue comiendo, Isabelo.
Isabelo: No hace falta que me lo digas dos veces. Ains, este pantalón ha encogido en la lavadora. Últimamente me está pasando con toda la ropa. Oye, ¿y ese hombre que estaba buscando a su loro perdido? ¿No te volvió a llamar?
Kianga: Le llamé yo, pero me dijo que ya había aparecido. Lo encontró en la sala de karaoke que hay frente a su casa. Al loro le gustaba cantar.
Isabelo: Qué cachondo el loro.
Kianga: Isabelo, me voy.
Isabelo: ¿Cerramos ya?
Kianga: ¡Ni de coña! Quédate ahí, por si sucede un milagro y viene un cliente. No pongas el sonido de la serie muy fuerte que no te enteras si llaman.
Isabelo: ¿A dónde vas?
Kianga: Voy a que me de un poco el aire y de paso iré a ver a Leti a su tienda.
En el mismo edificio estaba situada la tienda de Leticia. Al contrario que Sus y Kianga, su negocio estaba funcionando muy bien. Era una boutique que había conseguido consolidarse en sus primeros meses de vida. Vendía ropa exclusiva, de diseñadores muy conocidos y admirados. Leticia disfrutaba de su nueva vida regentando un negocio así.
Alexia: ¡Un Saint Click Laurent! Mira amor, es una monada. Adoro estos bolsos de mano y más en este color.
John: Ese color te pega.
Alexia: Lo sé.
Wenda se había comprado un vestido primaveral para lucirlo esa temporada. Chidi le acompañaba cuando salía a comprar ropa. A Wenda le gustaba pedirle consejo.
Leticia: Pues serían 245 cleuros.¿Efectivo o tarjeta?
Wenda: Pagaré con tarjeta.
Leticia: Perfecto.
Chidi: Ya pago yo.
Wenda: ¡Chidi, no seas loco! No tienes que pagarme nada.
Chidi: Quiero hacerlo. ¿No puedo tener un detalle con la mujer de mi vida?
Wenda: Está bien. Luego te compensaré...
Cuando pagó, le aguantó la puerta a Wenda. Leticia observaba sorprendida lo amable que era Chidi con Wenda.
Chidi: Mademoiselle.
Wenda: Gracias, mi amor.
Leticia: ¿Le puedo ayudar en algo?
Alexia: Sí, me llevaré un bolso de estos y me gustaría saber si tiene algún vestido de Clickino & Clackana. Busco uno para un evento muy importante que tengo para esta temporada.
Leticia: Tengo uno ideal para usted. Me acaba de llegar.
Leticia le enseñó un precioso vestido primaveral lila azulado.
Alexia: ¡Es precioso! ¿Te gusta, John?
John: Se ve realmente bonito.
Alexia: Me lo quiero probar.
Leticia: Claro que sí. Le acompaño al probador.
Una vez que estuvo sola en la tienda, Leticia se puso a recolocar la ropa y ordenar. Estaba tan feliz que le parecía un sueño. Su única espina clavada era no tener a su madre con ella, pero la tenía presente a todas horas. La puerta se abrió y pensó que se trataba de otro cliente, pero era Kianga.
Kianga: Hola Leti.
Leticia: ¡Kianga! ¿Ya has cerrado la agencia de detectives?
Kianga: Es como si lo estuviera. No llama nadie...
Leticia: Siento que la gente no llame. Si quieres puedo dejar publicidad en la tienda.
Kianga: Te lo agradecería. Está Isabelo en la oficina, de guardia. Aunque tampoco está muy por la labor.
Leticia: ¿Quieres un café?
Kianga: No lo quiero, ¡lo necesito!
Mientras tanto, en la planta superior, Emma esperaba junto a su amiga Crystal en la sala de espera. Estaban en la consulta de Félix, el reputado médico de familia que tenía una consulta en ese mismo edificio. Su simpatía, su profesionalidad y cercanía le habían convertido en el médico más querido y respetado de Wensuland.
Crystal: Me duele un montón el estómago, Emma.
Emma: Sé lo que es. He sufrido dolores de estómago terribles. No te preocupes, el doctor Félix te curará.
Crystal: Eso espero.
Mientras tanto, en la consulta...
Félix estaba atendiendo a Hermenegilda. Acudía cada semana por un motivo u otro a la consulta, siempre con preguntas eternas y explicaciones infinitas. Le dolía prácticamente todo, o al menos eso era lo que ella decía. Félix, con la paciencia que le caracterizaba, intentaba mantener la calma y ayudar a su paciente de la mejor forma posible.
Hermenegilda: ..y claro, la cadera me está matando. Estoy tumbada y no sé cómo ponerme. Al dolerme las piernas y marearme al cambiar de postura, parezco un borracho en nochevieja. Me doy la vuelta que parece que estoy en una montaña rusa, no me hace falta montarme en atracciones de feria.
Félix: La comprendo. Mire, lo mejor será que...
Hermenegilda: Yo me levanto de la cama, no se vaya a pensar que me quedo todo el tiempo acostada. Me digo que para estar ahí tumbada engullida por la desesperación más absoluta, pues me levanto y hago todos los quehaceres de la casa. Hago punto, eso me relaja, pero las cervicales no me permiten estar mucho rato y lo tengo que dejar...
Félix: Señora Hermenegilda, he entendido su problema. Le digo lo mismo que ayer, siga con la medicasión acordada. Recuerde tomarla con las comidas, para que no le haga daño al estómago.
Hermenegilda: Como poco, por eso. Ayer cené una yesca de pan y un guchito de vino tinto, que va bien para las defensas, que me lo dijo la Herminia. Aunque luego me zampo unas buenas magdalenas de las monjas de Clisandia, que cocinan como los ángeles. Por cierto, el otro día iba estreñida y eso que tomo los polvos para ir al baño, no sé si es normal.
Félix: Camine y beba más agua. No tome...
Hermenegilda: Caminar lo hago, eso sí. Lo hago con mis amigas, la Herminia, Vicenta y Fernanda. Me llevo al chispas, el perro de mi hijo Clotildo. Que me lo ha encasquetado. Dice que no le dejan tenerlo en el piso de alquiler en el que está. El perro parece más una cabra que un perro. Si le intento acariciar, me chupa la mano y me araña jugando, y yo tengo la piel muy delicada. Me estoy poniendo la pomada esa que me recetó, para pieles sensibles y...
Félix: Señora Hermenegilda, tengo más pasientes a los que...
Hermenegilda: Ay, perdone doctor. Es que usted da confianza para contar las cosas. No crea que hablo así con todo el mundo...
Félix: No se preocupe. Siga así y cualquier cosa nos llama.
Hermenegilda: No, si voy a sacar cita para la semana que viene, pero se lo diré a Vicrogo, no me gusta por teléfono, es todo muy soso. Con una máquina no se puede hablar. Por Internet tampoco, yo no entiendo de los aparatos de hoy en día. Yo creo que esos aparatos los inventa el demonio para que las personas mayores estemos desamparados.
Félix: ¡Vicrogo!
Vicrogo, que era el secretario encargado de tomar citas, coger el teléfono y atender en el mostrador de la consulta, entró a toda velocidad. Sabía que Félix estaba en apuros. Doña Hermenegilda era uno de sus clientes más difíciles.
Vicrogo: ¡Aquí estoy!
Félix: Grasias por venir tan rápido, cariño. Mira, Hermenegilda ya se marcha. Me gustaría que le acompañases amablemente a la puerta de salida.
Vicrogo: Con mucho gusto.
Hermenegilda: Oh, qué amabilidad. Sois dos ángeles. Aunque me gustaría pedir cita para la semana que viene...
Vicrogo: ¿Es por algo urgente?
Hermenegilda: No, pero seguro que me dolerá algo y así ya tengo la visita programada.
Vicrogo: Tenemos la semana completa. Hacemos una cosa. Si le ocurre cualquier cosa, llama por teléfono y yo le hago un hueco.
Hermenegilda: Es una vergüenza como está la sanidad. Una pobre mujer mayor como yo no puede ser atendida por culpa de la mala gestión que hacen los políticos, sobretodo la ministra de sanidad y el presidente, que es un espabilado de cuidado. Ojo, que no me quejo de vosotros, ni mucho menos, pero una señora como yo debería...
Cuando por fin se marchó, Félix suspiró aliviado y sorbió un poquito de café frío de su taza.
Félix: Grasias. No podía más.
Vicrogo: Creo que la semana que viene la volveremos a tener aquí...
Félix: Qué crus. Ya puede entrar Crystal.
Vicrogo: Perfecto.
Vicrogo salió a la sala de espera y llamó a Crystal.
Crystal: Soy yo.
Emma: Ánimo. Te espero aquí.
Félix: Hola, Crystal. Dime, ¿qué te ocurre?
Crystal: Me duele mucho el estómago. Tengo pinchazos que me retuerzo del dolor...
Félix: Vaya. Vamos a la camilla y te tumbas boca arriba.
Félix estuvo tocando la zona afectada pero no notaba nada extraño.
Félix: Está todo bien. No tienes inflamasión.
Crystal: ¿Entonces? ¡Me duele!
Félix: ¿Qué has comido en las últimas horas?
Crystal: Ayer cené en un restaurante con mis padres. Calamares a la andaluza con unas olivas con pepinillos en vinagre y tarta de la abuela. Esta mañana churros con chocolate.
Félix: Tienes el estómago susio. Te voy a recomendar tomar agua tibia con limón, infusiones o mansanilla y haser una dieta equilibrada durante unos días. Te voy a dar una lista de alimentos recomendados y los que deberías dejar de consumir por un tiempo.
Crystal: Gracias, doctor.
Vicrogo estaba en recepción, reorganizando la agenda de Félix. Estrella estaba esperando pacientemente a ser atendida. Acudía para ver los resultados de un análisis de sangre que le habían hecho.
Vicrogo: ¿Cómo va todo? ¿Wen está bien?
Estrella: Sí, ahora está de viaje. Ya sabes como son los piratas, que siempre están en alta mar.
Vicrogo: Qué suerte tiene, viviendo aventuras por ahí. ¿Y la niña?
Estrella: Está con su abuelo y Gallofa. Se han ido de excursión con Mar y Bosco.
Una vez dentro de la consulta, Estrella esperaba nerviosa que Félix le diese los resultados de la analítica. Se había encontrado algo mareada y había pasado una infección de orina.
Félix: Está todo bien, Estrella. Los resultados no pueden ser más buenos.
Estrella: ¡Bieeen!
Estrella abrazó a Félix y le plantó en beso en toda la cara.
Vicrogo: ¿Qué está pasando aquí? ¡Manoseando a mi marido!
Estrella: Oh, disculpa, Vicrogo. Estaba tan contenta que no he podido evitarlo.
Vicrogo: Es broma, Estrella. Sé muy bien que tus besos son muy sanos. Me alegra que estés bien. Ya no tenemos más pacientes, ¿cerramos la consulta?
Félix: Sí, ya es hora de ir a comer algo. ¡Estoy hambriento! ¿Vamos al restaurante La Tagliatella?
Mientras tanto, Isabelo seguía engullendo pizzas y bebiendo cerveza. La serie estaba en el momento más emocionante. El dragón de la Reina se había enamorado del caballo del enemigo más terrible de la corona, mientras que el Rey había mandado cortar la cabeza a todos los señores del condado mayores de treinta años. Mientras, un ejército de zombies paletos estaban invadiendo el país. De pronto, alguien entró en la oficina.
Mujer: ¿Se puede?
Isabelo: ¿Eh? No estoy interesado en comprar nada.
Mujer: No vendo nada.
Isabelo: La tienda de ropa es al otro lado.
Mujer: No quiero comprar ropa. ¿Esto no es una agencia de detectives?
Isabelo: ¿Esto? ¡Ay, sí! Pase pase...
Mujer: Veo que le pillo en mal momento...quizás sea mejor que venga más tarde...
Isabelo: No pasa nada. Si esto lo ordeno en un momento.
Agarró las porciones de pizzas y cerró la caja.
Apiló todo tras el escritorio y dio al pausa a la serie.
Isabelo: Tome asiento, señora.
Mujer: Muy amable.
Una vez todo medio ordenado, se sentó frente al escritorio y miró sonriente a la posible clienta.
Isabelo: Usted dirá.
Patricia: Me gustaría contratar sus servicios. Es para algo muy delicado. Creo que mi marido me está siendo infiel y necesito confirmar mis sospechas.
Isabelo no sabía qué decir. Se levantó e invitó a la clienta a sentar en el sofá. Agarró el teléfono para llamar inmediatamente a Kianga.
Isabelo: Mi socia es la entendida en estos menesteres. Por favor, pose su trasero en en este sofá tan mullido.
Patrica: Eh...de acuerdo.
Cuando Isabelo llamó a Kianga y le contó lo ocurrido, no se lo podía creer.
Kianga: ¿Seguro que no es otra vendedora? ¡No quiero cambiar de compañía!
Isabelo: No lo es, Kianga. Es una clienta de verdad, de carne y hueso. Al menos eso creo, hoy en día la inteligencia artificial hace cosas brutales...
Kianga: ¡Voy volando!
Leticia: ¿Ocurre algo?
Kianga: ¡Me voy echando leches, Leti! ¡Tenemos una clienta! ¡Una de verdad!
Leticia: Oh, eso es fabuloso. ¡Ya me contarás!
Continuará...