En un lugar tenebroso y oculto, vive Calabazo. Nuestro cuentacuentos de terror, nos espera en la puerta de entrada de su mansión. Los habitantes de ese lugar no son los más entrañables. Fantasmas, brujas, demonios y vampiros son algunos de los vecinos de Calabazo. Su mansión tiene un aspecto terrorífico y no invita a entrar. Ventanas tapiadas, cristales rotos, cortinas con caras siniestras y una fachada no apta para cardiacos.
Calabazo: Bienvenidos ,queridos amantes del terror y lo oscuro. Otro año más os invito a penetrar en mi terrorífico mundo de miedo y horror. Como cada Halloween, os intentaré deleitar con otra historia para no dormir.
Calabazo: Este año os la contaré en mi mansión, sentado junto al calor de mi chimenea. No os alejéis y estad alerta, pues aquí todas vuestras pesadillas se pueden hacer realidad.
Calabazo: ¡Mis vecinos los zombies! Buenas noches, amigos putrefactos.
Zombies: ¡Ahhhhh!
Calabazo: Salen todos los días a caminar, son muy deportistas. Son poco habladores, pero es normal, su celebro no da para más. ¡Andad con cuidado! El otro día uno de ellos perdió una pierna...
Calabazo: No nos demoremos más. Es el momento de entrar en casa. A esta hora salen las brujas, los hombres lobo y los fantasmas. No me apetece encontrarme con ellos. Por favor, pasad, no seáis tímidos.
Calabazo: Sí, es una mansión poco acogedora, vieja, descuidada y polvorienta, igual que yo. Imagino que no os esperabais una casita de princesas y unicornios.
Calabazo: Esta mansión esconde muchas historias trágicas y secretos inconfesables. Si pudiese hablar, me quitaría el puesto, aunque pensándolo bien, es capaz de hablar a su manera. Sus escondites, trampas, manchas y grietas son casi como palabras. Aquí murieron muchos clicks en extrañas circunstancias y sus almas atormentadas vagan de un lado para el otro. No es buena idea entrar y fisgonear si quieres vivir.
Calabazo: Dejemos de hablar de mi y de mi mansión. Es hora de contaros la historia de este desagradable año 2020. Dejad que busque mi libro para decidirme por una.
Calabazo: Aquí está. Suelo escribir las historias en este libro, aunque solamente lo puedo leer yo. Está escrito con tinta fantasma y en el idioma de los muertos.
Calabazo: Aquí, sentado en mi sofá preferido, junto a la ventana y la chimenea, os contaré la historia. Imagino que alguna vez habréis jugado a un juego de mesa. El parchís, la oca, el dominó o las cartas. Todos hemos perdido el tiempo jugando alguna vez a uno de esos ridículos juegos.
Calabazo: Mi historia trata sobre un juego de mesa, pero no uno cualquiera. Olvidad el parchís o el tres en raya, este juego no tiene nada que ver con ellos. Una vez que empiezas a jugar, no puedes dejar de hacerlo...
Alicia y Rafael son muy amigos. Ambos tienen diez años. Son niños felices, con los problemas más comunes de niños de esa edad. Son vecinos, por lo que pueden verse prácticamente todos los días. Salen a la calle a jugar o quedan en sus casas para trastear con los móviles o hacer los deberes. Aquel día, habían salido a dar un paseo. Se sentaron en su banco preferido para charlar. Estaba situado en un lugar muy tranquilo, sin apenas movimiento. Tenían contenedores de basura muy cerca, pero eso no les importaba.
Alicia: ¡Pero si esa es tonta!
Rafael: No es tonta, es...despistada.
Alicia: No puedo creer que te guste Amanda. ¿Le has visto los granos que tiene en la cara?
Rafael: No tiene granos.
Alicia: Anda que no. Tiene uno enorme en toda la nariz. Parece una bruja.
Rafael: Si lo llego a saber no te digo nada.
Alicia: Estoy bromeando, tonto. Es muy mona. Por cierto, ¿te vendrás mañana a mi casa a comer?
Rafael: Vale. Se lo tengo que decir a mi madre.
Alicia: Mi abuelo hará macarrones con...
¡¡Plof!!
Un fuerte golpe se escuchó en uno de los contenedores. Se acercaron para averiguar de dónde procedía el golpe. Encontraron una tablero de madera apoyado en los contenedores. El tablero se movía solo, como si estuviese tiritando.
Rafael: Se mueve solo...
Alicia: Qué raro...
Rafael: ¿Qué haces? ¡No lo toques!
Alicia: Hay algo detrás...
Rafael: Alicia, esto es una mala idea...
Alicia apartó el tablero y apareció una enorme rata. Emitió un grito aterrador y miró a los niños de forma amenazante.
Rafael: ¡Es una rata!
Alicia: ¡Qué asco!
La rata salió huyendo a toda velocidad. Los niños la observaban fascinados mientras se alejaba.
Descubrieron que aquel tablero en realidad era un juego de mesa. Era un tablero grande y azulado. Las casillas parecían pequeñas tumbas y el centro lo presidía una calavera con los ojos rojos. En uno de sus lados se podía leer las instrucciones de juego.
Alicia: ¡Es un juego de mesa!
Rafael: Playterror. Mola un montón. ¿Cómo se jugará?
Alicia: Vamos a leer las instrucciones de juego.
Se llevaron el tablero al banco y Alicia se puso a leer las instrucciones.
"Bienvenidos a Playterror, el juego de mesa sobrenatural. Este juego es peligroso y si no estás dispuesto a aceptar las consecuencias de lo que ocurra en el juego, debes salir corriendo y olvidar su existencia."
Alicia: Menuda tontería.
"Pueden participar el número de jugadores que lo deseen. No hay turnos y todos juegan a la vez. Para empezar a jugar los participantes deben pronunciar en voz alta el nombre del juego "Playterror". A continuación, deberán decidir cuantas partidas querrán jugar para ganar el juego. Todos los participantes deben jugar el mismo número de partidas. Para iniciar el juego, deberán pronunciar estas palabras en voz alta "El terror a mi venga y que con suerte lo retenga". Se iniciará el enfrentamiento con el primer terror y deberán aguantar con vida hasta un tiempo prudencial, para la siguiente partida iniciar. Si se sobrevive a todas las partidas, se ganará el juego y podrán recuperar sus vidas. De lo contrario, Playterror devorará la vida de todos los concursantes para siempre.
Advertencia: Si juegas, no puedes abandonar la partida. Si lo haces, serás castigado severamente".
Alicia: ¿Jugamos? Parece divertido.
Rafael: Pero si no tiene dados ni fichas...
Alicia: Por lo que hemos leído, no son necesarias.
Rafael: No me gusta este juego...
Alicia: Venga, no seas miedica.
Rafael: Que no quiero. Yo paso.
Alicia: Cagón. Pues jugaré yo. Playterror. Quiero jugar...dos partidas. ¡Mira, salen letras en el tablero!
Rafael: ¡Y luces!
Alicia: "Cien ratones a un gato, le dan un mal rato". ¿Ratones?
Rafael: Esto es una tontería.
Alicia: Un ratón no es que me pueda dar mucho miedo...
Rafael: ¿Y dónde está el ratón? ¿Se supone que tienen que aparecer de la nada?
Alicia: A lo mejor está roto.
Rafael: ¡Mira, un ratón!
Alicia: Qué casualidad. Justo jugamos y aparece un ratón.
Rafael: Aunque no da miedo y ni se acerca a nosotros.
Alicia: ¿Escuchas ese ruido?
Rafael: ¿De dónde viene?
De la nada, aparecieron muchísimos ratones. No eran pocos, eran cien. Corrían apresurados hacia Alicia, deseando saborear su carne.
Alicia: ¡Nos están rodeando!
Rafael: ¡Socorro! ¡Buaaaah!
Se subieron al banco y tras unos minutos interminables de lucha por no ser devorados, se marcharon.
Rafael: ¡Se van!
Alicia: ¡Por poco nos devoran!
Alicia: ¡Corre, Rafa! ¡Vámonos a casa!
Rafael: ¡Alicia, espera! El juego dice que si abandonas, te pasará algo horrible.
Alicia: ¡No creo que un juego me pueda hacer nada!
Rafael: Mira, salen más letras en el tablero...
"Las normas has incumplido, y por ello, serás engullido. En su mundo deberás estar, hasta que otro participante consiga ganar".
Alicia: ¿Y eso que quiere decir?
Un viento absorbente salió del tablero de repente. Alicia se veía arrastrada hacia el juego.
Alicia: ¡Socorro! ¡Me está arrastrando!
Rafael: ¡Aguantaaaaa!
Alicia: ¡No puedo!
El juego la absorbía sin que pudiesen hacer nada. Rafael tiraba de ella con todas sus fuerzas, pero no conseguía retenerla.
Sus piernas desaparecieron en el tablero. Rafael tiraba sin éxito de ella, intentando liberarla.
Alicia: ¡Ayúdame, Rafa!
Rafael: ¡No puedo!
Finalmente, el tablero absorbió por completo a Alicia. Rafael podía ver su cara en el juego, dando vueltas y gritando de terror.
Alicia: ¡Ayúdame!
Rafael:¡Alicia!
Alicia desapareció y todo quedó en silencio. Rafael salió corriendo totalmente conmocionado. Gritaba y lloraba mientras se alejaba del juego. No quería sufrir la misma suerte que su amiga.
Cuando Rafael se marchó, llegó Diamante. Casado, padre de tres hijos y con cuatro osos panda en casa. Su vida era de todo menos tranquila. Como cada noche, le tocaba sacar la basura.
Diamante: Siempre tengo que sacarla yo. Ahora que empieza a refrescar, no apetece nada salir a la calle a estas horas...
Abrió un contenedor y lanzó la bolsa en su interior.
Diamante: ¡Puaj, qué peste!
Cuando se disponía a volver a casa, reparó en el juego de mesa.
Diamante: ¿Eso qué es?
Agarró el tablero y se puso a leer las instrucciones.
Diamante: ¡Es un juego de terror! Ideal para los niños. Pues mira, para la saca.
Agarró el juego decidido y se lo llevó a casa.
Diamante: Lo limpio un poquito y quedará como nuevo. Seguro que flipan cuando lo vean.
Continuará...